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Reproches y Adaptación Familiar ante la Migración

Es de público conocimiento la enorme cantidad de jóvenes que han emigrado en estos últimos 4 años. Hoy quisiera detenerme a hablar de los padres y abuelos de esos jóvenes que se quedan acá, en Argentina. Ellos son todo un capítulo aparte y merecen ser tratados como tal.

En el mundo moderno ya era frecuente que los hijos progresasen lejos de sus hogares. Sin embargo, no era común que emigrasen de nuestro país. En Argentina, los hijos habitualmente permanecían más tiempo viviendo en la casa de sus padres. Esto ocurre más que en otros lugares del mundo. El caso es que, el hecho de que los hijos emigren, no se debe tanto a un proceso madurativo. Es el resultante de la desesperanza y la falta de perspectiva. Esta migración, por lo tanto, es distinta a la anterior. No se vive como natural. Genera habitualmente angustia, lo que dificulta la despedida y hace más dura la distancia.

Muchos jóvenes argentinos se están sintiendo expulsados por las crisis económicas y sociales reiteradas. Hijos y nietos de aquellos valientes están partiendo ahora. Ellos se atrevieron a hacer la gran aventura de venir a probar suerte décadas atrás. Regresan a la tierra de sus abuelos. La mayoría de estos jóvenes emigran en situaciones bastantes más cómodas que las de sus abuelos. Están motivados por un deseo de vivir una mejor calidad de vida. Ellos vivieron, escucharon la historia de irse para vivir mejor, lo llevan impreso en los genes y hoy lo realizan.

Generalmente el argentino que emigra se siente expulsado. Esto se debe a un sistema económico y/o social. Este sistema no lo aloja. No lo valora y no le muestra un futuro de progreso posible. Para migrar, el joven somete la realidad argentina a un juicio de valor muy estricto. Juicios valorativos que no siempre son bien recibidos por los que se quedan. Estos juicios movilizan al que se queda. En cambio, al que se va, le da explicaciones para justificar la ansiedad que proviene del migrar. El irse no es de valientes, el quedarse no es de cobardes. Cada uno busca su propia aventura y el juicio no hace más que dañar a ambos.

Aquí quedan los padres, y los abuelos. Las edades, condiciones físicas y situaciones económicas, serán solo parte de las razones por las cuales ellos no emigrarán. Migrar requiere una capacidad de adaptación y flexibilidad que no todos tienen y, a mayor edad, mayor rigidez. La migración repercute en todo el grupo familiar, modifica la dinámica y conlleva una esperable reformulación de roles.

La migración de un hijo es un gran desafío.

Es un duelo y, como tal, es inevitable que genere ansiedades y angustias. Implica un cambio en los abuelos y en los padres. Les exige que se reformulen los proyectos y las ilusiones personales.

La migración pone a prueba la flexibilidad. Además, pone a prueba la capacidad para albergar en esas configuraciones familiares lo imprevisto y lo incierto. El aceptar la decisión del otro de vivir su propia experiencia. El aceptar lo diferente. El adaptarse a un nuevo modelo de comunicación. A mayor edad, más rigidez en el pensamiento y más dificultad para adaptarse a este nuevo desafío.

Como dice el poema: “los hijos, son hijos de la vida”. Esto es algo que hemos escuchado desde siempre. Sin embargo, en esa frase, no se incluía que migraran. Tampoco se mencionaba que se casaran con un extranjero. No se contemplaba que se llevaran los nietos a otras tierras. No se esperaba que hablaran otra lengua. Tampoco que se criaran lejos de sus abuelos. Al no tener proximidad, continuidad, el apego con los abuelos no se logra. La distancia física lastima los vínculos y, más por viejos que por sabios, ellos lo saben.

Estas partidas de los hijos no estaban incluidas en el proyecto de vida de los padres y abuelos. En ese sentido, los abuelos sienten que la emigración de sus hijos puede truncar su proyecto vital. Surgiría una crisis en su deseo de ser abuelos. Estas alteraciones producen momentos de crisis. De esa crisis se hacen cargo tanto los que se van como los que se quedan. Ambas partes deberán desarrollar modos para transitarla.

Reproches

Algunos padres cargan de sentimientos de culpa a los hijos que emigran. Otros buscan adaptarse a la nueva propuesta. Ellos impulsan la movida.

Los reproches en el proceso de duelo provocado por la migración son frecuentes. De hecho, es habitual ver reproches y auto reproches surgir. Esto ocurre tanto en el que migra como en el familiar que se queda. Los reproches pueden surgir dentro de la misma familia. Un hermano que no se va puede quedar a cargo de los padres. Por otro lado, los padres pueden reprochar a sus hijos porque se van y los dejan “solos”. Esto ocurre en una etapa vital donde se sienten más vulnerables.

Vemos que, en el proceso de emigrar argentino, especialmente por el apego al grupo familiar, todo esto pesa. Tanto en los que se van como en los que se quedan. Aparecen los miedos y los temores a las enfermedades y muertes. También surge la ansiedad por cuando se volverán a ver. Especialmente si los padres son mayores.

La distancia real es el desconocimiento del otro.

Las distancias geográficas se han reducido drásticamente gracias a la posibilidad de comunicarse continuamente. Sin embargo, la distancia física se siente. Además, la nostalgia es inevitable. Y sí, el migrar, el partir, es morir un poco. El que se va no es el mismo que el que vuelve. Y, si regresa, la gente que dejó atrás también ha cambiado.

Si la partida se procesó saludablemente, el que se quedó debió desplegar nuevos vínculos. También tuvo que encontrar nuevos modos de relacionarse con el otro y consigo mismo. Por eso ya nada es igual. Cuando el emigrado y su familia se vuelven a encontrar ninguno es el mismo. No hay reencuentros sino nuevos encuentros entre seres diferentes.

El vínculo con otra persona requiere presencia. Cada presencia desestructura. Es ocasión de nuevas versiones de uno mismo y del otro. A mayor posibilidad de mantener contacto, por cualquier vía, es más factible que este vínculo pueda fluir con mayor naturalidad. Así, pueden seguir produciendo juntos intercambios enriquecedores para ambas partes.

Por eso podemos afirmar que la real distancia con el otro se debe principalmente al desconocimiento del otro. Esto abarca sus diferencias y su ajenidad más que la distancia.

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