
Para fin de año…la ansiedad aumenta
Noviembre pasa volando y llega Diciembre. Dicimebre marca simbólicamente un cierre y un comienzo. Pero mientras la sociedad lo viste de festejos, luces y metas, muchas personas experimentan ansiedad. También sienten agotamiento y melancolía.
Desde la psicología cognitivo-conductual, entendemos que estas emociones no son una señal de debilidad. Son una respuesta natural a la evaluación interna que hacemos de nosotros mismos. También lo son respecto a nuestra vida.En este período, los pensamientos automáticos se intensifican. Las comparaciones y las exigencias también aumentan. Esta intensificación afecta tanto el estado de ánimo como la percepción del logro y del bienestar.
1. El peso del balance y lo “no logrado”

El fin de año suele activar la necesidad de hacer balance. Nos preguntamos qué alcanzamos, qué quedó pendiente y cómo nos sentimos respecto a nuestras metas.
Este proceso puede ser valioso si se realiza con conciencia y flexibilidad. Sin embargo, se transforma en sufrimiento cuando lo guían pensamientos polarizados. Estos pensamientos son del tipo “todo o nada”, “éxito o fracaso”, “ya debería haberlo logrado”.
En la práctica clínica, se observa que muchas personas evalúan su año según estándares irreales o externos. Olvidan que el contexto, los imprevistos y los procesos personales también forman parte de la historia.
Desde la terapia cognitivo-conductual, se trabaja en reencuadrar el balance. Este balance no se ve como un examen final. Es un ejercicio de autoconocimiento.
Revisar qué aprendimos. Evaluamos qué necesitamos soltar. También analizamos qué queremos mantener. Esto permite construir una narrativa más compasiva y realista del propio recorrido.
2. Nostalgia y pérdidas: cuando el tiempo nos confronta

Las fiestas y el cierre de año pueden activar recuerdos y duelos. La nostalgia surge como una respuesta emocional ante lo que ya no está. Estas pueden ser personas, vínculos, etapas, proyectos o versiones de uno mismo.
No es una emoción negativa; es una señal de conexión con lo significativo. Sin embargo, puede volverse dolorosa cuando la mente se aferra al pasado desde el anhelo o la culpa.
Desde la mirada cognitivo-conductual, se busca diferenciar recordar de revivir. Recordar implica traer a la conciencia algo valioso; revivir significa quedar atrapado en lo que no puede modificarse.
Técnicas de aceptación y mindfulness ayudan a permitir la emoción. Estas técnicas no dejan que la emoción domine la experiencia presente. Integran el recuerdo en lugar de combatirlo.
La nostalgia, cuando se la acompaña, puede transformarse en gratitud y en comprensión profunda de las propias pérdidas.
3. Las exigencias sociales y el mandato de “estar bien”
El cierre del año también activa exigencias externas e internas: cumplir compromisos, demostrar alegría, sostener vínculos, organizar reuniones, comprar regalos.
Muchas veces el estrés no proviene de la actividad en sí. Proviene de la autoexigencia de responder a un ideal: “debo estar feliz”, “tengo que cumplir con todos”, “no puedo decepcionar”.
Desde la psicología cognitivo-conductual, se trabaja para detectar estas creencias centrales. A menudo, estas creencias tienen raíces en el miedo al rechazo o en la necesidad de aprobación.
Cuestionarlas y flexibilizarlas permite redefinir el sentido del compromiso. También permite redefinir el sentido del placer. Se pasa de la obligación al deseo y del deber al poder elegir.
Aprender a poner límites —incluso frente a las expectativas ajenas— es un acto de autocuidado, no de egoísmo.
4. La autocompasión: un recurso emocional y cognitivo
En este contexto de balances, pérdidas y exigencias, la autocompasión se vuelve una herramienta fundamental.
Lejos de ser indulgencia, la autocompasión implica reconocer el sufrimiento sin juicio. También valida la experiencia humana del error de de imperfección. Además, uno debe responderse con amabilidad en lugar de crítica.
Desde la terapia cognitivo-conductual, la autocompasión se trabaja como una estrategia de regulación emocional y reestructuración cognitiva.
Cuando aparece un pensamiento autocrítico, se invita a reformularlo desde una voz interna más amable. Por ejemplo, si piensas “no hice lo suficiente”, intenta decirte algo distinto. Di: “Hice lo que pude con los recursos que tenía en ese momento”.
Este cambio no solo modifica el diálogo interno, sino también la fisiología del estrés, favoreciendo calma, claridad y resiliencia.
Practicar la autocompasión implica dejar de luchar contra uno mismo. Comienza a tratarse con la misma comprensión que se tendría con alguien querido.
Desde allí surge una fortaleza más profunda. Esta fortaleza se basa en la aceptación de la vulnerabilidad. No se basa en la negación de ella.
Un cierre más profundo

Desde lo psicológico, el fin de año puede ver como una transición. Es un tiempo en el que la mente necesita ordenar, cerrar y resignificar.
No es necesario hacer balances perfectos. No es necesario eliminar el malestar. Lo importante es darle sentido a lo vivido. Esto se logra integrando las luces y las sombras de la experiencia.
Aceptar que la vida no se mide por logros acumulados. La vida se mide por la capacidad de seguir aprendiendo y adaptándose. Esto nos libera del peso de la comparación de la exigencia.
Así, el cierre del año puede transformarse en un acto íntimo de reconciliación consigo mismo. Es un momento para mirar el camino recorrido y agradecer lo que fue posible. También es importante reconocer que, incluso en lo no logrado, hubo crecimiento.
Porque el bienestar no se encuentra en alcanzar todos los objetivos, sino en habitarse con comprensión, presencia y humanidad.
